Isaba - Roncesvalles.

20 de Agosto 2008. Bajo la rociada, pero con ánimos renovados, nos pusimos a primerísima hora de la mañana a cambiar las cámaras. Como la rueda delantera no ajustaba bien Miguel decidió no tocarla e ir tirando con inflados cada poco. La crisis total nos llegó intentando arreglar la rueda trasera. La cámara que nos regaló el guardia civil tenía una longitud de válvula inferior a la de las de boca ancha por lo que la bomba no enganchaba. Unos ciclistas de carretera nos regalaron un adaptador, pero algo no funcionaba, la rueda no inflaba. Al final resulto que estaba pinchada sin usarla. (Foto 36: Isaba, arreglando pinchazos).
Mientras todo esto ocurría intentamos arreglar alguna de las cámaras pinchadas con parches reciclados y loctite, y bueno, os hemos de decir que funcionar funciona, pero mal. Cuando se aumenta la presión del neumático el super glue no es elástico, y vuelve a salir el aire, por lo que sólo sirve para una solución de emergencia. Con una cámara en este estado volvimos a Isaba con la intención de inflar las ruedas en una gasolinera, y vaya, la gasolinera ya no funciona, sólo queda la estructura. Allí nos encontramos a un matrimonio que empezaba una pequeña ruta en bici, a los que les contamos nuestras penas y se solidarizaron con nosotros regalándonos una cámara.

Como parecía que el loctite aguantaba nos pusimos en marcha, en dirección al puerto de Ollokia, puerta de acceso al bosque de Irati. El trayecto era entero por carretera, haciéndose tedioso por la cantidad de veces que tuvimos que parar a inflar las ruedas. Antes de entrar al bosque, paramos, reflexionamos y decidimos dedicar el tiempo que hiciese falta a reparar de forma correcta la bicicleta. (Foto 37: bosque de Irati).

En ese tiempo aparecieron unos catalanes (dos chicas y un chico), acompañados con un joven y desgarbado ciclista, que al poco de llegar saludó y continuó su viaje, y del que se referían a él como el portugués. Los “catalanes” hacían la transpirenaica de otra forma absolutamente distinta, y en mi opinión no igual de respetable, prácticamente sin equipaje y durmiendo todos los días de hotel o casa rural.

Al poco de empezar el descenso por el Valle de Irati todo vuelve a fallar. El momento de desesperación fue tal que alguna que otra patada se llevó la bicicleta, y la idea del abandono rondó nuestras cabezas. Nos los confesamos por la noche, cuando ya estaba todo solucionado. (Foto 38: zapatillas de Miguel).

Desinflando e inflando llegamos hasta las casas de Irati, donde llorando nuevamente a otros bikers conseguimos que nos regalen una caja nueva de parches. Al tener parches nuevos cambiamos las dos cámaras, y por fin pudimos disfrutar de esta espectacular etapa.

Justo antes de llegar a la fábrica de armas de Orbaiceta nos encontramos con un cartel que ponía: “tienda, btt, segway”, sorprendidos, entramos. Era una tienda de productos típicos navarros y en los que además se alquilaban bicicletas y segways. No tenían cámaras a la venta, pero ante nuestra insistencia y cara de pena, la chica acabó vendiéndonos las dos últimas que le quedaban al precio de 3 euros cada una.

Al rato nos volvemos a encontrar con el enigmático viajero, y por fin hablamos con él. El portugués se llamaba Joao, agradable y de buena conversación nos acompaña hasta Roncesvalles a un ritmo frenético. Los malos momentos de la jornada ya estaban olvidados e íbamos como auténticas motos. Joao cambió sus planes iniciales de dormir en el camping y nos acompaña en la cena y a dormir al albergue de peregrinos.

Llegamos al albergue justo antes de las 20:00 H., límite de hora de entrada. Sin necesidad de mentir en nuestras intenciones de viaje, nos dieron cama y una supuesta ducha de agua caliente por 6 euros en unos barracones prefabricados.

Todo Roncesvalles es un negocio alrededor de los peregrinos, y como tales picamos. Como os podéis imaginar la ducha fue de agua fría, y para colmo pedimos para cenar el menú del peregrino. 9 euros por un plato de pasta, una trucha con patatas y un yogurt de postre, acompañados a la mesa por unas francesas autistas y un par de devotos peregrinos hablando del papa. Daba igual, no habíamos desayunado y pasamos el día con 1 plátano y cuatro barritas. Tanta hambre teníamos que hasta Miguel, que no suele comer pescado, dio buena cuenta de su plato. (Foto 39: barracones del albergue de Roncesvalles).

Pasar una noche en un barracón compartido da para muchas anécdotas. Éramos ocho, un valenciano y su sobrina, tan emocionados con la experiencia que iniciaban que no se daban cuenta que nos hablaban en Valenciá y no entendíamos nada, otra joven, vasca y española, que hacia el camino movida por la fe y un par de sesentones, uno muy educado y el otro, ufff, el otro….. Fue el primero en protestar porque la luz estaba encendida a las 23:20 h, tenía toda la razón, el toque de queda es a las 23:00 h. Miguel, que compartía litera con él, asegura que se hizo una paja esa noche, o al menos, la litera no paro de menearse en un buen rato. También fue el único que roncó, y mira que yo apostaba por el valenciano. Para colmo fue el primero en levantarse, y a eso de las 6:30 de la madrugada, linterna en mano, vació toda su mochila y la reordenó con una total falta de educación. Qué tranquila se debió quedar su santa esposa sin tener a semejante personaje rondando por casa.
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